RESUMEN TRANSFORMACIONES GLOBALES. LA ANTROPOLOGIA Y EL MUNDO MODERNO - Michel Rolph Trouillot. Por Alicia Saracco

TRANSFORMACIONES GLOBALES. LA ANTROPOLOGIA Y EL MUNDO MODERNO - Michel Rolph Trouillot

Síntesis de la Lic. Alicia Saracco

CAPITULO 3: UNA GLOBALIZACIÓN FRAGMENTADA- 

El autor se interroga respecto a qué es la globalización, planteándose que, desde lo académico, no podemos quedarnos con los sloganes propagandísticos, sin notar que palabras como “global” y “globalización”, en sus usos actuales más comunes, fueron originariamente difundidas por agentes y escuelas de mercado. Estas simplificaciones esconden la historia cambiante del capital. En ese sentido, “… si por globalización entendemos el flujo masivo de bienes, de personas, de información y capital a través de grandes áreas de la tierra de modo que las partes dependen del todo, entonces el mundo ha sido global desde el siglo XVI.”


Diferenciándose, denomina “… globalitarismo a una ideología de dominación de nuestra época, que quiere proponer la teleología del mercado como nueva narrativa maestra de la modernidad occidental.” 

Los cambios en la composición y espacialización del capital son cruciales para dar forma a la singularidad de nuestro presente. El autor reserva la palabra globalización para la combinación de estos cambios y sus consecuencias más inmediatas, diferenciando tres procesos:

  1. El aumento, en curso, del capital financiero y las ramificaciones sociales e ideológicas de ese dominio. 
  2. La remodelación de los respectivos mercados de capital, de trabajo y bienes de consumo.
  3. El aumento extravagante de la desigualdad, dentro y a través de las fronteras políticas. 

El capitalismo ha sido siempre transnacional. Hoy, como en el pasado, la mayoría de las compañías que opera en más de un país tiene su base en EEUU, Japón, Alemania, Francia o Reino Unido. Lo que es nuevo ahora no es la internacionalización del capital, sino los cambios en la espacialización de la economía mundial y en el volumen y, especialmente, en los tipos de movimientos que ocurren a través de las fronteras políticas. 

Los cambios en la espacialización de mercados –el mercado de capital (financiero e industrial), el mercado de trabajo y el mercado de bienes de consumo- crean espacialidades yuxtapuestas que no están sincronizadas pero que, juntas, contribuyen a dar su forma actual a la economía mundial. 

El dominio del capital financiero sobre los tipos y volúmenes de flujos globales ahora establece las principales direcciones y tendencias de la economía mundial. Entre estas tendencias predomina la desigualdad creciente entre y a través de las fronteras políticas. 

TRES MERCADOS PARA LA DESIGUALDAD:

En las dos últimas décadas la economía mundial se parece a una triada  un triángulo con tres grandes centros regionales como sus polos: 

  1. Norteamérica (EEUU y Canadá)
  2. Asia (con Japón como epicentro)
  3. Europa occidental (con Alemania como epicentro).


Desde entonces China, con un crecimiento espectacular, se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo, aumentando la intensidad de los flujos globales en el polo asiático y, si bien se mantuvo la posición de Japón dentro de la triada (pues Japón sigue siendo el principal socio de China y China es el cliente favorito de Japón, luego de EEUU), se afectó el peso relativo de Europa Occidental en la economía mundial. 

Una característica exclusiva de nuestra época es el dinamismo de las Inversiones Extranjeras Directas (IED), especialmente en la triada  La IED se ha convertido en la principal forma de intercambio a través de las fronteras estatales, un lugar tradicionalmente ocupado por el comercio, y está influyendo, más que nunca, el ritmo y la dirección de los intercambios internacionales. Esto no significa que el capital se mueva libremente a través de las fronteras. Su distribución espacial es cada vez más selectiva. La mayoría del movimiento económico mundial, especialmente la IED, ocurre en el interior de o entre los polos de la triada  que contuvo 88% de todos los flujos de capitales en la década de 1980. El capital invertido a través de las fronteras políticas tiende a provenir de seis (6) países: EEUU, Japón, Reino
Unido, Alemania, Francia y Holanda. Las inversiones llegan a esos 6 países, con la notable adicción de China. El hecho de que el intercambio global siga concentrado en pocos países, es uno de los aspectos de la creciente concentración de poder económico que caracteriza nuestro tiempo. El intercambio ocurre, básicamente, entre los mismos países, entre compañías del mismo sector, entre secciones de las mismas compañías. En lugar de ir hacia mercados más abiertos la economía mundial, en las décadas del 80 y 90, se concentró en “mercados privados”, monopolios y oligopolios,especialmente en las transacciones de capital.

El mercado mundial del trabajo se ha vuelto más diferenciado en términos regionales: los precios más altos se pagan en el Atlántico Norte y los más bajos en Asia, América Latina y África. Una élite móvil ha emergido en la cúspide de cada especialización. Mientras que los gobiernos favorecen el ingreso de esa élite, intentan alejar a la gran mayoría de los trabajadores extranjeros potenciales. La velocidad de las comunicaciones contribuye a reducir la movilidad del trabajo en relación con la del capital, aumentando la diferenciación global del mercado de trabajo. El capital puede encontrar el trabajador adecuado y distribuir el proceso de trabajo de un solo producto en varios continentes. Esto es válido para los autos, los computadores, y para una amplia gama de productos. Las diferenciaciones del mercado de trabajo también ocurren dentro de las fronteras políticas. Los trabajadores agrícolas en la India no pueden compararse con los expertos en sistemas en tamaño, saturación o perspectivas de vida. 

Solo en el nivel de los productos de consumo la economía global se mueve hacia un solo mercado integrado. Un número creciente de compradores de todos los continentes tienen acceso a productos más baratos de la economía mundial.

La globalización no significa que la economía mundial esté integrada en un solo espacio donde fluyen, libremente, el capital, el trabajo y las mercancías. Antes bien, la economía está desarrollando 3 modos de espacialización contradictorios, aunque yuxtapuestos: 

  1. incremento flexible de capital, pero selectivo, sobre todo de capital financiero dentro y entre los polos de la triada.
  2. Mercados de trabajo diferenciales dentro y entre fronteras nacionales.
  3. Integración creciente, pero desigual, de los mercados de consumidores a nivel mundial.


LA ÉPOCA DE LOS ACREEDORES.

Es evidente el aumento del dominio del capital financiero, que impone su propia lógica en la economía mundial. 

Rentistas de toda clase, incluso acreedores, son respaldados por los gobiernos y las instituciones más poderosas del mundo, sobre todo EEUU, Inglaterra y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Este nuevo tribunal no tiene ley y sus consecuencias son terribles:

  1. Disminución relativa de la inversión productiva: Las mayores transferencias de IED se han desplazado de las manufacturas a activos “no productivos” como bienes raíces, turismo, almacenes de departamento, bancos y seguros. La acumulación de capital se realiza por compras y fusiones de empresas ya existentes. Su valor de cambio atrae a bandidos que las compran, usualmente solo para arruinarlas y vender los pedazos con ganancias inmensas. Así como el capital mercantil, alguna vez fue desplazado por el capital industrial, este último, ahora está siendo subsumido por el capital financiero. Hemos ingresado en la época de capitalismo especulativo. 

  2. Introducción de una nueva temporalidad: Las ganancias rápidas, en cualquier parte, de cualquier forma (lícita e ilícita) se han convertido en el ethos explícito de los administradores. El dominio creciente del capital financiero sobre el industrial cambia la dinámica de acumulación porque introduce una nueva temporalidad que ahora se extiende más allá del mundo financiero. Su nuevo espíritu especulativo está apoyado por la creciente velocidad de la información que, a su vez, acelera. La lógica del capital financiero descansa en una apuesta con el tiempo y con la percepción a través del tiempo. El asunto es comprar ahora y vender antes de mañana. Entre más distantey vago sea el futuro mejor me irá como especulador. Al posponer el futuro a largo plazo mientras disminuye la distancia entre el ahora y el mañana la lógica del capital financiero acelera la velocidad de la economía mundial, incluso a nivel de empresas de un solo negocio que ahora deben estar muy atentas a su desempeño a corto plazo a expensas de sus proyectos y posibilidades de largo plazo. Aquello que se demora en mostrar resultados (investigación, crecimiento lento pero rentable, etc.) se vuelve secundario, engullido por la rapidez de las evaluaciones diarias de la bolsa de valores.

  3. El costo de este dominio no es solo económico, también es social y político: La inflación es a mayor preocupación del inversor, porque a medida en que disminuye el valor del dinero el acreedor recibe pagos de menor valor. El dominio de los acreedores implica una presión sobre los gobiernos dificultando la implementación de programas de recuperación económica que arriesgan provocar inflación. A la inversa, la presión política del capital empuja a los gobiernos nacionales a combatir la inflación, manteniendo los salarios bajos. El bienestar de la fuerza de trabajo nunca fue una prioridad para los accionistas. El capital nunca tuvo una cara humana pero el capital industrial, al menos, llevó una máscara humana. Con el capital financiero y las complejidades de las conexiones multiestratificadas de la economía mundial la máscara ha caído. Puesto que el capital financiero no tiene una consideración particular por las empresas productivas tampoco tiene escrúpulos sobre el estatus de la fuerza de trabajo. El discurso dominante de las élites políticas y económicas proyecta las poblaciones nacionales menos como única fuente potencial de trabajo diferenciado que como fuentes diferenciadas de consumidores potenciales.

LA MORALIDAD DEL CRECIMIENTO:

Uno de los argumentos centrales de Adam Smith es que el intercambio económico incontrolado es la única garantía del crecimiento porque la mano invisible del mercado es su propio regulador. Los actuales extremistas de mercado sostienen que el intercambio económico incontrolado es la única garantía del crecimiento y de la productividad de todas las esferas de la vida. Algunos observadores ubican estas posiciones extremas como una continuidad de las ideas de Jhon Locke o Adam Smith. No obstante, el liberalismo también tiene contradicciones intrínsecas (hay millones de personas que creen en los derechos civiles y en el mercado y que, sin embargo, no comparten la idea de que deberíamos ser capaces de comprar un riñón, una esposa, un niño objeto sexual, un útero, una dosis de crack, etc.). 

Que el intercambio económico incontrolado es el único garante del crecimiento nacional ha sido desmentido tanto por la historia del despegue económico de la mayoría de los países del Atlántico Norte como por desarrollos más recientes de la economía mundial (Plan Marshall, Tigres Asiáticos, etc.). Por otra parte, los extremistas de mercado rara vez siguen sus propias prescripciones. Los mismos grupos que se pronuncian en contra de la intervención gubernamental la solicitan cuando los intereses financieros están a riesgo. Desde la crisis en EEUU de la década del 80 el capital está socializando sus riesgos y pérdidas cada vez más mientras los administradores denuncian, en voz alta, las intervenciones gubernamentales que tienen propósitos sociales. 

Pero la economía no es la última frontera de este argumento, aún si la ganancia es la cuestión fundamental. Muchos economistas debaten sobre la relevancia del crecimiento en relación con la igualdad dentro y entre fronteras políticas. Lundahy y Ndulu (1996) escribieron: …"El desarrollo tiene lugar cuando el Producto Interno Bruto (o ingreso) per cápita crece a un ritmo sostenido en un largo período de tiempo sin empeorar, simultáneamente, la distribución del ingreso y sin aumentar el número absoluto de pobres"..
Los economistas profesionales saben que el estudio del proceso económico es irrelevante sin un consenso democrático sobre sus propósitos. El extremismo neoliberal no solo nos vende un programa económico. Nos pide avalar el crecimiento como un valor moral. Tomar como una religión (principio incuestionado) la proposición de que la productividad en cualquier campo, en cualquier parte y de cualquier manera es buena para la humanidad en su conjunto. 

Nos pide olvidar que la productividad, sin consenso sobre su distribución, es otro nombre para el lucro total y que, cuando el lucro es total, solo unos pocos pueden obtenerlo. Esta visión no es políticamente inocente y moralmente benigna: implica un desprecio absoluto por el resto de la humanidad.

POLARIZACIÓN GLOBAL:

El mundo está caracterizado por la creciente polarización entre países. Los más pobres y los más ricos tienden a vivir en países diferentes. En 1993 el salario del principal funcionario de la corporación Disney fue 325.000 veces más alto que el salario promedio de los trabajadores haitianos de las subsidiarias de Disney.

El lugar donde uno vive actualmente hace la diferencia más crucial sobre el ingreso probable que recibirá, en términos absolutos y relativos. Desde mediados de la década del 80, y a un ritmo cada vez más rápido, los países situados en el 10% más rico se han estado volviendo más ricos y los situados en el 10% más pobre también se están estado volviendo más pobres.

Los pagos de los intereses de la deuda, la baja calificación de la moneda, los bajos salarios y los ajustes estructurales impuestos desde afuera son parte de los factores que contribuyen a la pobreza creciente del sur y a la riqueza creciente – en términos reales y relativos- de los países de la triada. La desigualdad también está creciendo en cada país. Esta situación también se observa en Europa, mientras se contabiliza un incremento muy fuerte en las ganancias de las corporaciones. 

Estamos lejos de la visión idílica de una aldea global donde todos están conectados. Más bien, nuestra época está marcada por la conciencia creciente de flujos globales entre poblaciones cada vez más fragmentadas. El mundo es global pero también es más fragmentado que antes. 

Unas pocas corporaciones de EEUU, Japon, Italia y Francia concentran la distribución de entretenimiento y prendas de vestir. La integración planetaria del mercado de bienes de consumo baratos une a las poblaciones mundiales en una red de consumo en el cual los ideales nacionales se están acercando, aun cuando una creciente mayoría no pueda alcanzarlos. Más seres humanos que antes, estimulados por los medios de comunicación globales comparten listas similares de los productos que necesitan consumir y de los objetos que necesitan poseer para alcanzar la satisfacción individual. En ese sentido, somos testigos, por primera vez, de una producción global del deseo, especialmente de los jóvenes. 

Esta globalización del deseo y la integración del mercado de bienes de consumo sobre el cual descansa, han atraído a muchos analistas a dos ilusiones relacionadas: 

  1. la ilusión de que una sociedad de un mercado único es deseable y posible  
  2. la ilusión de una sola cultura global.


No existe terreno teórico ni evidencia empírica que permitan sugerir que patrones de consumo similares conducen, necesariamente, a la homogeneidad cultural o política. La economía de mercado evita el surgimiento de una sociedad global de mercado porque, contrario a los presupuestos filosóficos de los extremistas del mercado, los seres humanos en cualquier parte han tenido y tendrán metas que no están orientadas por el mercado (el final del siglo XX fue pródigo de individuos que participaron en prácticas económicas para realizar metas que consideraron básicamente religiosas). 

Existe una paradoja: por un lado el cliché de la aldea global es verosímil para gran parte de la población mundial, que es cada vez más consciente de los flujos globales y de su impacto en las rutinas de todos los días. Al mismo tiempo, la mayoría de los seres humanos continúa actuando localmente, aunque con menos confianza de que sus acciones puedan afectar el orden global. 

La percepción de impotencia acentúa las contradicciones. Puesto que se dice que “el mercado” se ha convertido en uno de los actores más poderosos en la escena mundial, actualmente, aunque siga siendo invisible, individuos prominentes, desde líderes corporativos hasta jefes de estado expresan su incapacidad de controlar los eventos. Las pretensiones de impotencia de los poderosos son verosímiles para millones de individuos en el mundo que sienten que tienen poco control, no solo sobre su propio destino sino, también, sobre los términos bajo los cuales se negocia su presente. 

Los esfuerzos para localizar, definir y aceptar la modernidad tienen que ver con la exploración o redefinición de las relaciones entre el tiempo y el espacio. Lo local tuvo mucha de su coherencia fenomenológica debido a la distancia forzosa entre él y otras fusiones de espacio-tiempo que constituyen lo global. Actualmente esa reconciliación es cada vez más difícil. Los eventos que ocurren y los procesos que van a ocurrir en otros lugares son parte de las noticias diarias en la experiencia vivida de las personas que no habitan las unidades de espacio-tiempo donde se originaron esos eventos y procesos. La velocidad de las reacciones también aumenta, y puede afectar a los individuos o a las colectividades que no eran parte de las noticias del día. 

La muerte de la utopía: historicidad de nuestra época

Estamos en el umbral de un nuevo régimen de historicidad que implica una relación diferente con el pasado y, especialmente, con el futuro. Surge aquí el concepto de irreversibilidad histórica (concepto nacido de la mano de los ecologistas, que hablan de que lo deteriorado del ambiente no puede recuperarse). 

La imposibilidad de recapturar viejos tiempos no solo aplica a la naturaleza y no solo es reconocida en el Atlántico Norte. Las matanzas camboyanas y los horrores de la revolución cultural de China se basaron, de distintas maneras, en la posibilidad de que la migración del campo a la ciudad podía ser invertida. Ahora, la mayoría de los académicos, los gobiernos y, especialmente, los campesinos asumen que la migración rural-urbana es irreversible
Nuestra nueva relación con el pasado gira sobre un cambio más fundamental en nuestra relación con el futuro. La concepción del progreso descansó sobre la capacidad de imaginar un largo plazo que fue, simultáneamente, creíble pero improbable. La creencia conjunta en un mediano plazo y en la capacidad de prever más allá de la experiencia inmediata hizo posible la inversión masiva en la industria y la institucionalización de las ciencias sociales de los siglos XIX y XX. Este mediano plazo ahora se está desvaneciendo. El futuro, como lo conocemos, está cada vez más fracturado en dos nuevas partes: un presente cercano que desafía nuestra maestría técnica y un después, fuera del tiempo real.

La urgencia del corto plazo (el futuro como los próximos diez minutos, ahora norma en el mundo de las finanzas) penetra todos los aspectos de la vida. El largo plazo también ha perdido su valor evocativo. Pierre-André Targuieff(2000) es uno de los escritores más explícitos en sugerir que nuestra historicidad actual está marcada por la muerte de la Utopía, por la brecha creciente entre futuros posible y deseables.

En alabanza de la diferencia ka mayoría de los sistemas legales en el mundo cada vez reconoce más libertades individuales que no solo influyen sobre los ciudadanos y en las prácticas que antes fueron prohibidas sino que mejoran la vida moral y política del país 
entero. Aún si aceptamos o rechazamos la diferencia, nos valoramos públicamente por hacerlo y esperamos que los demás tengan opinión similar. Este premio moral sobre la diferencia, aceptada o rechazada, elogiada o atacada, pero proyectada como un valor universal bueno o malo, parece estar en aumento entre los extremistas que, en voz
alta, rechazan a los extranjeros, a los judíos, a los africanos, a los musulmanes, a los homosexuales, con base a una supuesta pureza amenazada. Ellos piensan que “nosotros” nos hemos vuelto “demasiado abiertos”. Pero el premio moral es más visible entre quienes dan la bienvenida a esta apertura de manera estridente. 

Mientras la conveniencia moral y política define la situación del indiferenciado, el elogio de la alteridad restringe, aún más, los márgenes de maniobra del Otro testimonial y de la población que, supuestamente, representa. Cada vez que un ciudadano francés blanco (dotado con francesidad desde tiempos inmemoriales) dice tener amigos norafricanos, negros o, incluso, de Europa Oriental - y que, implicitamente, espera ser reconocido por ese hecho-, también verifica su derecho a ser francés (y por lo tanto universal) pero abierto a la diversidad. Esta pretensión bloquea, aún más a los “amigos” que se convierten, simplemente – por lo menos por el momento-, en instancias de la otredad y, por definición, no universal. 

Es aún más infortunado que las minorías que se definen de esta forma se atrapan, a sí mismas, en estas autodefiniciones confinantes. En algunas universidades norteamericanas, esta división separatista del trabajo genera que algunos profesores negros reivindican (o les ofrecen) el monopolio de los temas “negros”, los “homosexuales” el monopolio de los temas homosexuales y las mujeres las cuestiones de género, inconscientes o reacios a admitir que el precio por este monopolio es la incapacidad de ramificarse o exigir relevancia fuera de él. Ellos son, de hecho, la minoría de alguien: no pueden escoger o rechazar ese estatus. Las identidades restrictivas se imponen desde afuera.

La reproducción de occidente

Algunos estamos más atrapados que otros. Incluso entre las minorías, algunas identidades son más restrictivas que otras porque el indiferenciado contra quien están colocadas tiene más alcance y poder como categoría predeterminada. En este asunto el género es importante pero también lo son la raza y la religión. 

Ser musulmán y mujer en Francia no es una doble minoría; más frecuentemente es ser incapaz de reclamar lo que sea que permanece del poder simbólico de las dos localizaciones subalternas a las que pertenecemos en términos sociológicos.

El elogio a la otredad no solo ayuda a reproducir el nicho del Salvaje; también reduce, aún más, el poder de los Otros universalizados y su capacidad de salir de ese nicho.


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